Te escribo sabiendo que echo ciegamente la suerte de quien nunca espera menos. Nunca muere el corazón, sé que fue la sal y la vida del saber nadar contigo lo que siempre es y ha sido un viejo juego del paraíso, no olvides que a cien metros puedes ver y entonces saber si realmente ha llegado algún barco desde el día en que solos nos vimos. Sol, agua, volvemos. Si no podemos, a la luz de encontrar el todo sin nada, pasan horas y pasa la aguja mirando por azar, no por casualidad.
3.
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