jueves, 3 de noviembre de 2011

El tesoro de la lluvia

Caminaba sin rumbo por las calles estrechas de la gran ciudad, después de un día lluvioso. Todas las calles estaban casi vacías, no había casi nadie disfrutando de la tranquilidad que deja la lluvia. Las nubes, ennegrecidas y cargadas de agua se habían disipado en cuestión de minutos, dando paso a anaranjados destellos de luz propios del atardecer. Parecía que la lluvia hubiese hecho una limpieza y hubiese dejado la ciudad en pausa por unos instantes. Nadie se atrevía a disfrutar del aire fresco y del nuevo aroma que perfumaba la ciudad.

Me senté en un banco que parecía ya estar seco con la idea de descansar un poco y disfrutar de la tarde. Miré al cielo y pude contemplar su belleza, su vaciedad y su forma, pero nadie salía a la calle; parecía que nadie qusiese apreciar este regalo y por un momento llegué a pensar que quizás era demasiado sensible, pero ese pensamiento voló para siempre al ver que había pájaros en los árboles disfrutando igual que yo del tesoro que nos había dejado la lluvia. 

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